El reconocimiento es una necesidad humana. Es la justa recompensa a una trayectoria profesional definida y coherente. Muchos profesionales trabajan en el día a día de forma casi anónima sin reclamar ni sentir la necesidad de la felicitación y el agasajo, pero sí es de justicia en última estancia que su labor sea suficientemente reconocida.
Un ejemplo de reconocimiento, aunque tardío y con matices, fue el vivido por un hombre que le tocó vivir en una época difícil, siendo golpeado por los rigores de una sociedad injusta en un momento político vergonzoso.
Mi pequeña aportación con este post, es para expresar mi admiración, respeto y reconocimiento a este gran hombre: Hamilton Naki.
En 1926, nacía Hamilton Naki en una aldea del antiguo protectorado británico del Transkei en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Todo parecía condenarle, como al resto de sus compatriotas negros, a una existencia mísera en el inicuo régimen del apartheid. Había abandonado la escuela a los 14 años y trabajaba como jardinero en la Escuela de Medicina de la Ciudad del Cabo. Pronto pudo tener la oportunidad de ser seleccionado por Robert Goetz de la Facultad de Medicina de la Universidad, para trabajar en los laboratorios. En un principio se ocupaba de limpiar las jaulas y cuidar de los animales de experimentación, una tarea tediosa y desagradecida. Era curioso, aprendía con facilidad y poco a poco, sus capacidades le permitieron ganarse la confianza de sus superiores para asumir puestos de mayor responsabilidad, convirtiéndose en uno de los cuatro técnicos del laboratorio de investigación de la Facultad de Medicina, eso sí, de manera encubierta por su condición de «negro». De limpiar jaulas pasó a ayudar en las operaciones quirúrgicas que se practicaban a los animales. Pronto se vio involucrado en procedimientos quirúrgicos más complejos, incluyendo suturas, la administración de analgésicos, los cuidados después de la operación, y todo ello a pesar de su carencia de estudios formales Naki usaba bata y mascarilla, pero jamás estudió medicina o cirugía. Pero eso no le importó. El siguió estudiando y dando lo mejor de sí, pese a su discriminación. El ingrato trabajo de experimentación con animales le permitió afinar sus dotes quirúrgicas.
Daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro. Asistió a los cirujanos jóvenes en sus entrenamientos en el laboratorio animal, donde éstos realizaban investigaciones en trasplante de riñones, corazón, e hígado, para obtener experiencia. Su técnica y capacidad fueron reconocidas, y recibió un permiso especial de investigación en los laboratorios con animales, incluyendo trasplantes.
Se transformó en un cirujano excepcional, a tal punto que Christian Barnard, un surafricano blanco, lo requirió para su equipo. Esto suponía un problema para las leyes sudafricanas. Naki, no podía operar pacientes ni tocar sangre de blancos. Pero el hospital hizo una excepción para él. Se transformó en un cirujano…pero clandestino. Barnard llegó a afirmar que Naki era técnicamente mejor que él.
El 2 de diciembre de 1967, Denise Darvaald, una joven blanca atropellada al cruzar una calle, fue trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital en Ciudad de El Cabo, donde se le diagnosticó muerte cerebral. En el mismo hospital, Louis Washkansky, un tendero de 52 años, agotaba sus últimas esperanzas de vivir. Entonces, Barnard decidió intentar el trasplante. En una épica intervención de 48 horas, los dos equipos lograron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky. Los asistentes recuerdan la delicadeza con la que Naki extrajo el órgano de la donante preparándolo para que Barnard volviese a hacerlo latir en el receptor, haciendo posible aquella noche lo que durante siglos había supuesto el sueño de un reto imposible para la medicina.
Hamilton Naki enseñó cirugía durante 40 años y se retiró en 1.991 con una pensión de jardinero, de 275 dólares por mes. Tras el fin del apartheid, fue condecorado en el año 2.002, como reconocimiento a su trabajo, con la Orden Nacional de Mapungubwe y un diploma de médico Honoris Causa. Tras recibir la condecoración, dijo: “Ahora puedo alegrarme de que todo se sepa. Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad”. Nunca reclamó por las injusticias que sufrió durante toda su vida. Durante su retiro, arregló un autobús para convertirlo en una clínica móvil y poder ayudar a gente desfavorecida.
Murió en Mayo de 2.005, a la edad de 78 años.
La muerte de Hamilton Naki, condenado durante casi cuatro décadas al anonimato por su condición de negro, nos recuerda uno de los episodios más vergonzosos de la medicina moderna. Su historia es una de las más extraordinarias del siglo XX. Pese a su clandestinidad y discriminación jamás dejó de dar lo mejor de sí…su pasión por ayudar a vivir. Quizás las palabras de Barnard, poco antes de su muerte, lo resuman: “Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido”.
Abraham Maslow en su obra «Una teoría sobre la motivación humana», formula una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas en el tiempo, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados. Es en esos niveles más elevados donde buscamos motivación de crecimiento, donde todos queremos satisfacer aspiraciones personales legítimas, y entre las más importantes en el camino de la autorrealización, están el respeto de las demás personas, la necesidad de atención, aprecio, reputación, estatus, dignidad, fama, gloria y reconocimiento,
En dicho camino de crecimiento, encontraremos el respeto a uno mismo y los sentimientos de confianza, competencia, maestría, logros, independencia y libertad. Tener satisfechas estas necesidades apoya el sentido de vida y la valoración como individuos y profesionales, construyendo así los pilares fundamentales para conseguir la autorrealización como conquista individual, convirtiéndonos en la persona de éxito que siempre habíamos soñado.
© 2.016 Gabriel Hernández Guillamón
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