El valor del tiempo, es por lo general, poco apreciado. Incluso a menudo, suele ser despreciado.

Poseemos una cantidad indeterminada desde el momento en que nacemos. Nadie sabe de cuánto disponemos. Sin embargo, actuamos como si éste fuese para nosotros inagotable e infinito.

A menudo gastamos nuestro tiempo en las más variadas tareas o lo compartimos con otros, ya sean nuestros hijos, familiares o amigos.

También lo regalamos a menudo sin pararnos a pensar en su valor, empleándolo en múltiples tareas inútiles como atender mensajes en nuestro teléfono móvil, reenviar whatsapp absurdos o dedicando horas al cabo del día en atender conversaciones mediante aplicaciones móviles, las redes sociales…

Repartimos nuestro tiempo entre ocio, trabajo, descanso y, cómo no, en múltiples actividades improductivas como éstas pero que invaden nuestras vidas de manera creciente. Así, llegamos a creer que no disponemos de suficiente tiempo.

Al mismo tiempo y paradójicamente, vivimos con la sensación de que el tiempo de que disponemos en nuestra vida es algo indeterminado, la sensación es de que es algo casi ilimitado, lo que nos lleva a pensar que las cosas que no hacemos hoy habrá tiempo de sobra después para acometerlas.

Pero hay un momento en nuestra vida que supone un punto de inflexión. Sucede que un día nos paramos a pensar que tenemos fecha de caducidad, ¿lo has experimentado?

Y la tragedia es tomar consciencia de estar desperdiciando el tiempo, cosa que nos sucede un día en el que caemos en la cuenta de cuán valioso es nuestro tiempo por irrecuperable.

El tiempo es algo que no podemos comprar, pero que sí solemos vender o regalar, y lo hacemos habitualmente sin ser del todo conscientes. Vendemos nuestro tiempo por horas mediante un salario cuando trabajamos para otros o bien somos profesionales liberales y facturamos por horas de trabajo la entrega de un bien o servicio.

Imagina una situación ideal en la que eres, por ejemplo, un profesional de lo más reconocido y trabajas para otros cobrando tu hora de trabajo digamos, a 500 euros. Estaría muy bien, ciertamente. Pero, aún así, tendrás una jornada de trabajo limitada y si quisieras aumentar tus ingresos, podrías trabajar más horas, por supuesto.

Conseguirías un buen nivel de vida, pero estarías limitado, tus ingresos tendrían un «techo» porque estarías vendiendo tu tiempo por horas, es decir, intercambiando tiempo por dinero de manera lineal.

Hoy, por mucho que te paguen, o por muy caros que vendas esos productos o servicios, tu hora de tu tiempo, repito, irrecuperable, tiene un precio. Basta una simple operación aritmética para saberlo. 

Cuando trabajas para otro, el resultado de esa operación aritmética será por lo general más exiguo.

Además será tu jefe quien decida sobre tu futuro y tu vida: decidirá dónde vas a vivir, en qué tipo de casa, qué coche vas a conducir, cuándo formarás una familia, cuántos hijos vas a tener y dónde y cuándo te irás de vacaciones. Vas a vivir la vida de otros, pero no la tuya.

Trabajando para ti pagarás un precio, pero será el precio de la libertad, decidiendo tú sobre tu vida y tu destino.

Hace mucho tiempo que decidí trabajar para mí mismo y no vender mi tiempo a otros. Es mucho más interesante disponer de tu tiempo a tu entera voluntad. Tener tu propio negocio te permite apalancamiento estructurando el organigrama de tu empresa y contratando los servicios que desees cubrir.

Siendo empresario individual aspiras a una vida más plena y gratificante, lejos del planteamiento habitual de tener como único derecho pasar toda una vida trabajando sólo para pagar facturas e impuestos y cubrir el expediente.

Ahora bien, asumiendo la gratificación diferida, que supone que trabajo y esfuerzo se acumularán en el tiempo y que la recompensa llegará si tenemos la suficiente paciencia y perseverancia. Es lo contrario a trabajar por dinero de manera lineal. 

Se hace necesario decidir cómo vamos a disponer nuestro tiempo, ya que las personas que no planifican correctamente su futuro profesional y su destino económico, verán pasar ante sí los años y sólo con la perspectiva del tiempo comprobarán cómo se han ido sucediendo una serie de acontecimientos sociales, familiares o de otro tipo, que son las referencias que constituyen el hilo del tiempo que actúa como un pegamento que resume y mantienen unidos los hechos de la vida. 

Cuando acabamos los estudios formales, se nos abre todo un mundo de posibilidades y miramos hacia el futuro con la ilusión de tener toda una vida por delante. Es en ese momento donde deberíamos reflexionar sobre el valor del tiempo.

Imaginemos que esa vida a nivel personal  y profesional se va a decidir como en un partido baloncesto en cuatro periodos o cuartos y que cada uno de esos cuartos representa una década.

El primer periodo va desde los 25 a los 35 años. Tras la formación académica formal, suele ser un periodo de ampliación de conocimientos y de inicio en la actividad profesional, donde queda definido el propósito de nuestro proyecto.

Este primer cuarto es muy importante y decisivo porque, si se define con todo lujo de detalle y dedicamos paralelamente tiempo a desarrollamos personal y profesionalmente, iremos acumulando un bagaje de valor incalculable para que el resto del partido se desarrolle según un plan establecido y nos lleve al mejor de los resultados. Lo que hagamos en este periodo no va a decidir el resultado final del partido, pero sí va a tener mucha repercusión.

En el segundo periodo, que abarca de los 35 años a los 45, es el periodo donde se exige el mayor rendimiento y donde hay que poner toda la carne en el asador para que en el descanso, podamos sentir que el partido está controlado y que salvo imprevistos, pasaremos a jugar la segunda parte tranquilos y confiados, sabedores de una victoria que
merecemos.

El tercer periodo va de los 45 a los 55 años. Este es periodo de madurez profesional y de equilibrio, donde estaremos en disposición ya de ver los frutos cosechados por el trabajo bien hecho para poder seguir trabajando con espíritu de mejora constante, planteándonos nuevos retos. Aún hay tiempo de rectificar si las cosas no han sucedido según lo planeado. Hay margen de maniobra suficiente pero no hay lugar a más distracciones.

El cuarto periodo, de los 55 a los 65 años, ya es tiempo de descuento. No podemos relegar para este periodo el trabajo de toda una vida. En este punto, todo debe estar encajado para vivirlo con intensidad como profesional consagrado. Las finanzas personales estarán acordes con un plan bien diseñado y ejecutado durante el partido.

Quede claro que la filosofía que encierra esta metáfora no es la de trabajar tres décadas para disfrutar en la última; en absoluto. En todas y cada una de ellas debe haber equilibrio homeostático, sabiendo repartir el tiempo entre trabajo, ocio, familia, viajes, amigos, soledad o cualquier cosa que para cada uno sea importante.

La vida es para disfrutarla todos y cada uno de los días sin esperar a mañana, porque mañana no existe…hasta mañana, momento en el que se convertirá en hoy. Hay que estar centrados en el aquí y ahora tras tener bien claros y planificados los objetivos.

Cuatro cosas hay que nunca vuelven más:
una bala disparada, una palabra hablada,
un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada.
Proverbio árabe.

Si decides empezar ahora después de una vida dedicada a otra profesión motivado por nuevos desafíos como me ocurrió a mí, no te preocupes porque tu experiencia vital y tu bagaje profesional te permitirán acortar estos periodos de tiempo de manera significativa, de manera que conseguir tu nuevo propósito sea una realidad alcanzable. 

Vamos a aprender a apreciar el valor del tiempo y a optimizar nuestro tiempo en nuestra vida personal y profesional y en nuestra jornada de trabajo, a tener tiempo de calidad y productivo, tiempo para ti y los tuyos, disfrutando legítimamente día a día de todas aquellas cosas buenas que se puedan conseguir en la vida a base de trabajo.

Aquellos que deliberan exhaustivamente antes de dar un paso,
se pasan la vida sobre una sola pierna.
Anthony de Mello.

 

 

© 2.015 Gabriel Hernández Guillamón

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