Todo proyecto emprendedor comienza en la mente. Es un impulso de pensamiento. Para ver materializada una obra primero hay que pensarla y «verla» antes de que se pueda tocar o medir. Adoptando el compromiso, la acción traerá los resultados y el dinero será la consecuencia. En todo proyecto, hay que actuar con inteligencia y avanzar con la confianza de alcanzar el propósito mediante pequeñas acciones diarias, teniendo en todo momento como habilidad número uno la perseverancia.

Antes de empezar, hay unas preguntas que ayudan a definir nuestra posición de partida y el fin que pretendemos:

¿Qué me gustaría hacer si supiera que no puedo fallar?
¿Qué acciones y decisiones tomaría hoy si me aseguraran que todo iba a salir bien?
¿Cómo me gustaría estar en el futuro? ¿Cómo me veo?
¿Por qué no lo he hecho ya?
¿Qué me lo impide?
¿A qué estoy dispuesto a renunciar para conseguirlo?

Hacer este ejercicio puede ser muy revelador. Hay que plantearse las preguntas y pensar desde el final, pensar en las respuestas que nos hacen sentir bien, con las que nos sentimos en coherencia y alineados con nuestro ser. Conviene anotar toda la tormenta de ideas que se produzca, sin tratar de ordenarlas desde el primer momento, para después analizarlas y tener una visión de conjunto que nos permita una experiencia más clarificadora.

Una vez que conocemos un poco más en profundidad nuestra posición de partida, estaremos más preparados para ir dando forma a nuestro proyecto emprendedor, empezando a verle las posibilidades, y sintiendo más cercana la decisión de arrancar el proyecto.

Tomar una decisión implica liberar mis miedos y detectar mis posibles creencias limitantes. Es importante considerar estas posibles creencias limitantes porque constituyen los cimientos de nuestra personalidad y construyen una realidad en base a la interpretación de lo que percibimos mediante experiencias sensoriales e incidentes específicos producidos en el pasado. Las creencias limitantes nos impiden crecer, ya que influyen en la personalidad a pesar de no tener, la mayoría de las veces, una base de realidad. Si, por ejemplo, ante una situación concreta o un reto personal nos sentimos impotentes, el cerebro nos va a predisponer para que eso se convierta en nuestra realidad. En el fondo también hay una gran base de miedo por lo que nos pueda suceder si tomamos cierta decisión y tendemos a imaginar el futuro en la peor de las situaciones.

La mayor dificultad que se nos puede plantear es no ser conscientes de cuando estamos afectados por una creencia limitante, ya que muchas de ellas son automáticas e inconscientes. Sería necesario identificarlas y sustituirlas por otras edificantes y potenciadoras. Por eso, cuando detectemos que algún pensamiento pueda estar condicionado por alguna posible creencia limitante, el medio más sencillo y eficaz que ayuda a modificar nuestra base de creencias, consiste en integrar un lenguaje positivo y evitar todo término peyorativo o negativo. Ese pensamiento puede estar bloqueando la toma de decisiones y en ese caso, podemos preguntarnos, por ejemplo:

¿Qué pasaría si lo que pienso fuera cierto?
¿Qué razones lo justifican?
¿Hay evidencias suficientes o mi interpretación es parcial?

Se trata de analizar si tus pensamientos y sus consecuencias se ajustan a la realidad.

Existen cuatro ventanas que definen un proyecto. La primera de ellas es el valor que aporto con la puesta en marcha y la venta de mis productos y servicios: qué encierra mi propósito y qué aporta valor a lo que hago.

La segunda ventana es la creencia que tengo totalmente positiva sobre mí y en mi proyecto que nadie puede tirar abajo: qué valores inquebrantables están por encima de cualquier consideración.

La tercera ventana es la motivación: cuál es la meta que hay escondida detrás de mi proyecto, dejándola muy clara.

La cuarta es la innovación: soy generador de innovación y busco constantemente introducir elementos nuevos en los procesos productivos y gerenciales.
Estas cuatro ventanas se cierran sobre un bucle para aplicar sobre ellas revisión y acción continua.

Misión, Visión y Valores de la empresa.

Hay que tener siempre en consideración a quién sirves, qué ser humano hay en cada uno de tus clientes y las razones que les llevan a depositar su confianza en ti para ser merecedor de ella. Tienes que poner en marcha un negocio, pero un negocio con alma, un negocio al servicio de las personas antes que nada…un negocio con alma y también con corazón. Se trata de poner el sello de la casa en base a tres conceptos fundamentales para el buen fin del proyecto:

La Misión define nuestra actividad en el mercado haciendo referencia a nuestro público objetivo y al hecho diferenciador que nos hace únicos frente a nuestros competidores. Para ayudarnos a definir nuestra misión, puede sernos de ayuda hacernos algunas preguntas como:
¿Cuál es nuestra razón de ser?
¿Quién es nuestro público objetivo?
¿Cuál es nuestra ventaja competitiva y en qué nos diferenciamos?
¿Para qué queremos que nuestro negocio prospere?

La Visión define las metas que pretendemos conseguir. Estas metas deben ser ambiciosas pero alcanzables, propiciando un ambiente inspirador y motivador. La visión consiste en combinar un sueño con la acción necesaria para alcanzarlo. Aquí, las preguntas que pueden ayudarnos son:
¿Dónde me veo en el futuro, qué quiero lograr?
¿Qué quiero que suceda en mi negocio de aquí a unos años?

Los Valores son el sello de la empresa y deben ser claros y reflejar la realidad de la personalidad corporativa. Son las bases éticas sobre las que se cimenta nuestro proyecto. Las preguntas pueden ser:

¿Qué valores quiero que estén presentes?
¿Cómo quiero que se desarrolle?
¿Cuáles son nuestras creencias, cómo somos?
¿Cuáles son nuestros objetivos a corto, medio y largo plazo?

Toda actividad acaba rigiéndose por unas normas, existan éstas o no, se tenga conciencia de ellas o no. Cuando se configuran y hay un plan establecido, todo funciona según lo planeado y los resultados son predecibles, pero cuando se deja todo en manos del azar y la improvisación, el negocio, como entidad, adquiere una personalidad propia y acaban surgiendo de la nada unas normas aleatorias derivadas de malos o nulos planteamientos gerenciales. La cuestión, es que sean del tipo que sean, las normas son difíciles de cambiar a posteriori. Por lo tanto, la planificación organizada es determinante, ya que los cambios que nos veamos obligados a introducir por falta de organización inicial, deberán ser objeto de estudio para una implantación no cruenta y progresiva.

Un poco de reflexión sentará las bases y la esencia del proyecto. Cuando sabes a dónde te diriges, parece que el mundo se abre y todo se produce a tu favor.

Los médicos tapan sus errores con tierra, los abogados con papeles
y los arquitectos aconsejan poner plantas.
Frank Lloyd Wright

 

 

 

© 2.016 Gabriel Hernández Guillamón

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