Un slogan de los años 70’ rezaba: “Dirán que vas por un camino equivocado si vas por tu camino”, y parece que sigue hoy vigente.

Supongo que conocéis a gente que se empeñan en recordarnos que el conocimiento y la verdad absoluta de las cosas no recaen sobre ti, y que son ellos los que han sido bendecidos con tales dones.

Son personas a las que les gusta dar consejos sabios y gratuitos sobre lo que llevas entre manos, mostrándose como asesores expertos y gratuitos. Pronto te dirán que ya te han engañado, que eso no funcionará, que es una pérdida de tiempo, que cómo a tus años vas a cambiar, que si quédate como estás, que vas a fracasar, que más vale malo conocido… 

Gente que, por lo general, no sabe ocuparse de sí mismos, de repente se preocupan por ti, ¡qué curioso!

Pero algo oculto y añadido hay bajo esa coraza de lo aparente y consiste en otro elemento también extendido universalmente: LA ENVIDIA.

Puede fastidiar a muchos saber que ha tocado la lotería en el bar donde siempre desayunas y que tú nunca compras y por lo tanto, no has “pillado”. Pero lo que muchos no soportarían es saber que le ha tocado a tu amigo, a tu vecino. O lo peor de todo: a tu cuñado que además no suele entrar a ese local y ese día entró a saludarte y encima le pagaste tú el café.

Recuerdo una secuencia de la película de Will Smith En busca de la felicidad, (gran producción con un mensaje muy valioso), que me quedó grabada por la reacción de su protagonista, tan diferente a la que podríamos tener en nuestra cultura.

Él se encuentra en las escaleras de un importante edificio y centro de negocios cuando ve llegar a un ejecutivo en un impresionante deportivo descapotable y que aparca ante él en ese preciso instante. Interpela al recién llegado en tono de humor, estableciendo una breve conversación, preguntándole: ¿cómo lo ha conseguido?, ¡es realmente precioso! Bromea diciéndole a su propietario: ¡cuídemelo! ¿Vale? Finalmente, FELICITA al propietario por haber sido capaz de adquirirlo.

Ahora os pido que reflexionéis sobre la reacción que cualquiera pudiese haber tenido al presenciar esa escena en nuestra sociedad: ¿admiración, felicitación, envidia sana? ¡ENVIDIA PODRIDA! Y además, seguro le dedicaríamos algún pensamiento “positivo”, por ejemplo: ¡así te partas los cue_ _ _s en la siguiente curva…!

Qué quiero expresar con todo esto: algo muy extendido y que se debe entender cuanto antes: LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS QUE NOS RODEAN, NO QUIEREN QUE NOS VAYA BIEN.

La envidia es un sentimiento que combina tristeza y rabia al desear algo que posee nuestro prójimo, ya sea esto de naturaleza material o inmaterial. Pero estos sentimientos suelen ir un paso más allá, cuando sentimos que ya no sería suficiente con poseer ese bien, sino que quisiéramos ver a nuestro semejante despojado de dicho bien como única solución para poder alcanzar la paz y sosiego interiores.

Sabemos que esto es así y la razón nuclear de la cuestión es que aquellos que no quieren hacer nada por cambiar sus vidas, se sentirán mal si ven que tu sí trabajas por ello. Ellos desean cambios, eso sí, pero sin hacer nada. Por eso si te ven entrar en acción, emprender algo, aplicar un esfuerzo, correr riesgos, decidir tu destino, van a intentar persuadirte a toda costa. 

Respeta a aquellos que no quieren cambiar. Ellos intentarán cambiarte a ti, porque les ATERRA literalmente la posibilidad de que triunfes y sobresalgas por encima de la media y por supuesto de ellos.
Aceptada esta verdad, tienes que ser la diferencia y para eso tienes que pensar diferente y ser diferente. Pensar y soñar a lo grande, confiar en ti y en tu instinto sobre todas las cosas para obtener el cambio. Hay que tener hambre de éxito, ética de trabajo y poder personal.

Los triunfadores se aceptan a sí mismos. Eso sí, tienes que ser íntegro. ¿Y eso qué supone? La integridad es un conjunto de valores inseparables e indivisibles. Teniendo integridad te vuelves irresistible, y la gente va a querer trabajar contigo. 

Como emprendedores estamos cada uno en un sector diferente en función de nuestro segmento de mercado, pero todos estamos en el sector de las personas. Esta es la clave.
Respeta a los demás. No intentes cambiarlos. Piensa que cada cual es dueño de su destino y responsable de su buena suerte.

Tú, simplemente, desea para ti lo mejor y acepta el éxito y también el fracaso como posibilidad, pero la decisión ha de ser tuya. Asume riesgos para crecer, avanza y ve por tu camino. Confía. La prosperidad es tu derecho de nacimiento.

Pero protégete de la envidia. Por eso, y aunque pueda suponer un reto para tu ego, no compartas tu idea, proyecto , sueños, anhelos, ilusiones y, sobre todo, tu éxito, porque casi con toda seguridad, despertarás la envidia en aquellos que te rodean. Sólo como energía baja que puedes llegar a sentir, ya merece la pena evitar suscitarla.

 

 

 

© 2.010 Gabriel Hernández Guillamón

 

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