La realidad del autónomo es bien distinta a la imagen que trasciende cuando se refieren a nosotros desde los estamentos oficiales.  Empezaré por decir, que existe un colectivo de personas que no trabajan por cuenta ajena, ni en el sector público ni privado, y que son aquellos que pertenecen al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos o RETA.

Hago esta explicación tan simplista para dar a conocer una realidad que sólo es conocida realmente por aquellos que están inmersos en ella y la viven y sufren en sus propias carnes.

Personas que un buen día, bien por escasez de oferta de empleo, bien por inquietudes profesionales o emprendedoras, decidieron buscar su propio empleo, un autoempleo, un trabajo. Por eso quiero subrayar el termino trabajador.

Más de la mitad de ellos, no tienen trabajadores a su cargo. Son trabajadores autoempleados y dependen de sí mismos. Gente sencilla y humilde que se esfuerza por sacar a los suyos adelante, trabajadores en diversos oficios, propietarios de pequeños comercios, tiendas de barrio, talleres, transportistas o pequeños comerciantes de mercadillos semanales.

Otros sí los tienen, y son por tanto empleadores o empresarios, siendo el 21% de ellos microempresas, y el resto conforman la pequeña, mediana y la gran empresa.

En la actualidad, el colectivo está formado por 3,269.000 autónomos, que generan más de 10 millones de empleos, siendo la contribución al PIB y al erario públicos más que significativa.

Son datos todos ellos aproximados. Las cifras exactas las conocen el Instituto Nacional de Estadística y los gobernantes y sus asesores.

Jamás este colectivo ha sido objeto de consideración, atención o miramientos por parte de ningún gobierno. Durante décadas, hemos figurado en los programas electorales de todas las ideologías del espectro político, planteando propuestas y mejoras para el colectivo, con la única intención de captar nuestros votos.

Pero la realidad del autónomo históricamente, ha sido bien distinta. Nunca se han cumplido las promesas y jamás hemos sido tenidos en cuenta ni se nos ha tendido una mano de forma abierta, decidida y sincera.

No he conocido en toda la historia de nuestra democracia, una puesta en práctica de ningún paquete de medidas serio, de calado y con ayuda real para nuestro colectivo.

Puedo afirmar lo que digo, pues yo mismo pertenezco a este colectivo desde hace más de 30 años. La ayuda y la comprensión institucional ha sido sencillamente, ninguna.

Abandonados a nuestra suerte, e ignorados por políticos insensibles y egoístas, vivimos con desaliento y frustración una injusticia permanente.

Nos sentimos estafados, abandonados y exprimidos para el mantenimiento de un sistema político desmesurado y creciente, y con una voracidad recaudatoria que nos golpea sin piedad.

Y nos ignoran por una razón muy sencilla y simple: nunca hemos podido protestar.

En un colectivo tan especial que agrupa múltiples gremios o sectores, ha sido hasta hoy una tarea difícil de plantear. Protestas por supuesto, ha habido de sectores como transporte o agricultura, pero nunca de todo el colectivo en su conjunto.

Aquí está el quid de la cuestión. Los gobiernos permanecen tranquilos, pues conocen nuestros puntos débiles y no se ocuparán jamás de aquellos que no protestan y, por tanto, de los que no se puede obtener rendimiento político. Pueden decidir casi cualquier cosa sobre nosotros, porque saben que acataremos de mejor o peor grado lo que nos venga con resignación e impotencia.

Los acontecimientos recientes provocados por la pandemia del covid19, nos ha traído un escenario que jamás imaginamos. Una tragedia humana y unas consecuencias sociales y económicas de proporciones aún difíciles de valorar.

Ante esta crisis y una vez más, nuestro colectivo ha sido ignorado por el gobierno, dejando a millones de autónomos abandonados a su suerte, sin ayudas reales y sin ingresos, pero manteniendo las obligaciones de pago de cuotas e impuestos, haciendo así muy difícil la supervivencia de familias y empresas.

Durante nuestra vida laboral, muchos autónomos nos hemos creído incapaces y no merecedores de darnos un respiro, ni por enfermedad ni por vacaciones, y ahora tenemos una oportunidad de plantearnos algunas cosas.

Estamos confinados y no sabemos exactamente por cuánto tiempo. Es momento de valorar si tras el confinamiento, nos podemos permitir un tiempo más para reivindicar nuestras justas aspiraciones y llevar adelante algunas iniciativas y movilizaciones.

Un paro de algunas semanas más cuando termine el estado de alarma, puede hacer cambiar de signo nuestro destino. Un paro generalizado de todos los sectores, para que el estado eche en falta nuestras aportaciones por primera vez en la historia reciente y tenga que sobrevivir un tiempo sin nuestros ingresos.

Paralelamente, otra iniciativa consistente en poner en marcha una propuesta política puede tener hoy sentido. Un partido político que represente a un colectivo de más de 3,200.000 personas, donde podrían sumarse los votos de sus familias y las personas que dependen de ellos, puede resultar una opción política oportuna y muy significativa en el panorama actual con las derechas e izquierdas fragmentadas y un gobierno reo de sus numerosos socios.

Estamos cansados de esperar soluciones que nunca llegan, de soportar tanta injusticia, desengañados por tanta promesa incumplida y hartos por la absoluta ausencia de reconocimiento.

Hoy tenemos la oportunidad de hacernos oír de una vez y hacer valer nuestras históricas y legítimas reivindicaciones por necesarias, humanas y justas.

El viento del norte, hace vikingos. Proverbio escandinavo.

 

 

© 2.020 Gabriel Hernández Guillamón

 

error: Content is protected !!