Los tiempos modernos se vienen caracterizando por la inmediatez en que buscamos las respuestas, viviendo así en el corto plazo.

Instalados en esta sociedad tan nuestra, vivimos de prisa, de modo urgente y apremiante, con reacciones desproporcionadas ante un hecho en sí. Estamos instalados por tanto, en la cultura del corto plazo.

Nos enfrentamos a diario a cambios y situaciones nuevas para las que necesitaríamos un periodo de descanso y adaptación, y la vida moderna no nos da esa opción.

Sin darnos cuenta, esa prisa nos va condicionando nuestro día a día, nuestra forma de ser y de proceder en el trabajo, la familia, la economía, los negocios y los planes de futuro. No hay toma de decisiones meditadas y profundas, si no actos reflejos que maneja nuestro cerebro más primitivo.

Todo ha de ser YA, sin espera, queriendo satisfacer la exigencia de nuestro deseo casi de forma pueril. En definitiva, somos esclavos de esa cultura del corto plazo. Esto supone que si no conseguimos nuestro propósito más inmediato, sufrimos por ello y esta forma de ver la realidad, a menudo nos lleva al hundimiento personal al convencernos de que nada de lo que hayamos conseguido con anterioridad, haya valido la pena.

Queremos disfrutar de bienes antes de tener el dinero para comprarlos y para eso se inventó el crédito y la venta a plazos. Nos cargamos de deudas por disfrutar a corto plazo pagando a largo plazo. Y cuando no podemos afrontar los pagos, queremos resolver la situación con patrones mentales de corto plazo: quiero saldar la deuda ahora. Sí, pero, ¿cómo?

El problema es que estás atrapado para largo, largo… largo plazo. Entonces, buscas el atajo. Juegas a las loterías, por ejemplo, sabiendo que la probabilidad matemática de que te toque un premio se reduce a prácticamente a cero.

Debemos parar un poco esta carrera hacia la locura y retomar valores pasados.
Cuando se proyecta un gran edificio, se construye un barco o se planta un olivar, estamos asumiendo que vamos a ver los resultados a su debido tiempo y, hasta entonces, vamos a tener que trabajar lo necesario y seguir con disciplina un plan de acción previamente diseñado.
Vamos, por tanto, a dar el justo sentido a ambos términos; corto y largo plazo.

Hay que entender que ningún proyecto emprendedor y, menos aún un trabajo, te va a hacer rico de un día para otro. Así que tengo algo que decirte y siento decepcionarte, pero voy a serte sincero. El único secreto y atajo hacia la riqueza es: TRABAJO DURO.
Si asumes estas premisas, estarás en condiciones de aplicar una fórmula para el éxito en todo proyecto emprendedor: 3 sencillos pasos.
1- METAS: definirlas a LARGO PLAZO. Coge lápiz y papel en este momento y escríbelas. No importa si puedes o no hacer algo. La clave es dar ese paso adelante, aunque no sepas bien lo que haces. Cada paso pequeño pero firme y decidido lleva un mensaje muy poderoso a tu cerebro: YO PUEDO. Y al dar ese paso, lo que buscamos nos será revelado

2- PLAN DE ACCIÓN: se diseña a largo plazo y se ejecuta a CORTO PLAZO. Desde dónde estás hoy hasta e donde quieres llegar, divide el trabajo DESDE EL FINAL HASTA HOY. Trocéalo por años, meses, semanas y días para que el plan de acción sea continuo con trabajo concreto para cada día.

3- Aplica el ESFUERZO PERSEVERANTE necesario. Asume la gratificación diferida y no mires el marcador. Si cumples con el plan establecido, dando un paso cada día, la meta estará cada vez más cerca.

Cuesta ser disciplinados, lo sé. Serlo implica hacer lo que tengas que hacer, cuando lo tengas que hacer…tengas ganas o no. (Álex Dey)

El dolor de la disciplina puede ser grande, pero mayor el de la lamentación.
Ten presente que existe una gran paradoja: lo que produce placer a corto plazo, suele producir dolor a largo plazo. Por el contrario, lo que duele en principio, suele proporcionar placer en el tiempo. Y la clave de esta verdad es que antes o después vas a experimentar ese dolor…así que tú decides. Merece la pena. Si lo que vienes haciendo no te motiva, sal de tu zona cómoda y  piensa en un nuevo reto o proyecto.

Elisabeth Kübler, psiquiatra de origen Suizo y que vivió en Nueva York, trabajó en tanatología, la ciencia de la muerte. Acompañaba a personas en su viaje final. Reveló lo que estas personas le transmitieron mayoritariamente y habían consistido básicamente en dos formas de dolor y arrepentimiento: no haberse reconciliado con seres queridos de los que se habían distanciado las más de las veces por pequeñeces y en segundo lugar, no haber sido más atrevidos en la vida, dejando de hacer cosas.

Ponte manos a la obra, porque hay dos cosas en la vida que debemos perseguir:

La primera es conseguir nuestro propósito.
La segunda es, tras conseguirlo, disfrutarlo.

 

 

© 2.015 Gabriel Hernández Guillamón

error: Content is protected !!