El emprendimiento puede parecernos una opción relativamente novedosa, sin embargo no lo es. Lo que lo pone de actualidad es que hoy, más que nunca en la historia, hay un gran momento de oportunidad. Podemos empezar por poner de manifiesto las distintas definiciones que ha ido adqui­riendo a lo largo del tiempo.

Emprendedor: término derivado de la palabra francesa entrepreneur, y que es comúnmente usado para referir a un individuo que organiza y opera una o varias empresas, asumiendo cierto riesgo financiero en el em­prendimiento, tales como: la administración de empresas, la contabilidad y temas compatibles.

Otras definiciones 1934, Joseph Alois Schumpeter: Los emprende­dores son innovadores que buscan destruir el estatus-quo de los productos y servicios existentes para crear nuevos productos y servicios.

1964, Peter Drucker: Un emprendedor busca el cambio, responde a él y explota sus oportunidades. La innovación es una herramienta especí­fica de un emprendedor, por ende un emprendedor efectivo convierte una fuente en un recurso.

1975, Howar Stevenson: El emprendimiento es la búsqueda de opor­tunidades independientemente de los recursos controlados inicialmente.

Como se podrá comprobar, no es algo inventado ayer mismo. La relevancia que está adquiriendo el emprendimiento viene determinada por varias razones, aunque me referiré a dos: por un lado está la nece­sidad de renovar el desgastado término de «empresario» por amplio, inadecuado a muchas estructuras de pequeños negocios o actuaciones profesionales, y por otra parte, las connotaciones a veces negativas rela­cionadas con el término.

Hablar de emprendedores o emprendimiento también está siendo utilizado políticamente, mostrándose como una alternativa o una solución al desempleo, pero sin profundizar en la cuestión. No sabemos para qué sirven tantos asesores, esos de los que tanto les gusta rodearse a nuestros dirigentes.

Las ayudas económicas, por otro lado, son prácticamente inexistentes, tan escasas como la información que nos pueden facilitar, y todo ello ante un panorama caracterizado por empleo cada vez más escaso y precario debido a la nefasta gestión y falta de imaginación de nuestros dirigentes de las úl­timas décadas, permitiendo que un recurso tan valioso y escaso como el talento esté emigrando a países de nuestro entorno ante la escasez aquí de oportunidad real.

Un profesional podrá trabajar para otros, en cuyo caso está la posi­bilidad de hacerlo como empleado o asalariado, cotizando en este caso en el régimen general de la Seguridad Social; o bien como Freelancer o profesional colaborador, trabajando también para otro profesional o empresa, pero deberá estar dado de alta en el régimen especial de trabajadores autónomos.

En estos dos supuestos, obtendrá ingresos lineales resultantes de intercambiar tiempo por dinero, bien mediante un salario en el primer caso, o bien por servicios realizados según una tarifa establecida, o mediante un porcentaje del precio final de cada servicio.

La tercera opción es instalarse por cuenta propia y poner en mar­cha su propio negocio como autoempleado. En este supuesto, estará obligado a cotizar en el régimen especial de trabajadores autónomos.

Viene siendo mal utilizado el término de «autónomo», que hace referencia a una situación como trabajador ante la Seguridad Social, es decir, se es trabajador por cuenta ajena o por cuenta propia pero trabajador en cualquier caso. Coloquialmente nos referimos al térmi­no «autónomo» cuando en realidad lo que queremos expresar es que somos autoempleados.

Me gusta más por ser más exacta la denominación de Empresario Individual, expresión que encaja más como sinónimo de Emprende­dor, que la de «autónomo».

Un Emprendedor las más de las veces, será un Empresario Indivi­dual, que pone en marcha su propio negocio con una estructura lo­gística de mínimas proporciones, pudiendo experimentar crecimiento empresarial hasta llegar a estructuras de cierta entidad.

En este momento, hay que tomar consciencia que va a ser necesario compa­ginar dos facetas: la de profesional experto en tu campo, y la de empresario individual con sus aspectos gerenciales inherentes, y esto obliga a ser bueno en ambos campos. Si te consideras bueno en tu campo, pero te vas sentir incomodo en labores gerenciales, deberás buscar a alguien que cubra ese espacio de inmediato.

Si ejerces tu profesión o bien optas por el emprendimiento siendo empresario individual, felicidades. En mi trayectoria profesional, siempre he actuado bajo esa fórmula. De hecho, sólo tengo cotizados como trabajador por cuenta ajena 36 días y más de 30 años en el régimen especial de trabajadores au­tónomos, de lo que estoy muy orgulloso, pues ha habido de todo en este tiempo, buenos y malos momentos, pero siempre me he sentido dueño de mi situación y mi destino.

La cuestión es si vendemos nuestro tiempo, ese tiempo del que te hablaba como nuestro bien más preciado por irrecuperable o lo administramos en nuestro propio beneficio. Hay que decidirse y elegir entre seguridad o libertad.

En mis seminarios vemos las limitaciones de ser empleado y las oportunidades que ofrece la condición de Empresario Individual. Me gusta poner de ejemplo la figura del mileurista, (especie en extinción a mi parecer) y hago un pequeño ejercicio, haciendo una simple ope­ración aritmética cuyo resultado es el de dividir el salario entre las horas trabajadas.

Queda patente que la entrega de una de esas horas de nuestro tiempo se queda en una cantidad que, vista así objetivamen­te, resulta entre ridícula y deprimente. Además, la opción del empleo tradicional culturalmente está revestida de seguridad y es algo que está muy bien como punto de partida y a corto plazo como planteamiento cómodo.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que los gastos «obliga­torios» aumentan en el tiempo y en función de los ingresos, resultando antes que tarde, que se «equilibre el presupuesto» gastando mes a mes todo nuestro ingreso. El paso siguiente será sobrepasarlo.

No quiero decir con esto que debamos despreciar un trabajo por cuenta ajena, y menos hoy dada la situación que vivimos. Más bien al contrario. A aquellos que hoy tienen un empleo, les digo que deben bendecirlo y agradecerlo, mostrar gratitud hacia las personas que han generado esa oferta de empleo mediante su iniciativa y coraje de poner en marcha un proyecto, asumiendo riesgos para crear riqueza en un entorno tan poco propicio.

Lo que si les digo a estos trabajadores y a mis hijos también, es que esta condición de empleados la  consideren, en todo caso, como una solución temporal y que tan pronto como puedan, opten por ser dueños de su propio negocio y de su destino. Hay quien asegura que el emprendimiento es arriesgado, y es cierto. Pero no lo es menos ser empleado hoy.

Entre la seguridad de un em­pleo, dicho esto con todas las reservas, pues un empleo es seguro hasta que te cambian las reglas del juego o lo pierdes, (hasta los funcionarios han visto recortados sus incentivos o pagas extras), o la libertad de de­cidir tu horario y ser tu propio jefe actuando sin injerencias, hay una diferencia muy notable.

Algunos profesionales temen aventurarse y comprometerse en la inversión necesaria para poner en marcha su emprendimiento en mercados que parecen saturados. Es posible siempre, como veremos más adelante, tener tu propio espacio. No hay que temer a la competencia, eso son planteamientos de escasez. Más bien al contrario, hay que pensar con planteamientos de abundancia.

La competencia es buena y nos hace crecer. Cuando alguien espera a montar un negocio con un producto o servicio exclusivo y que no tiene nadie, no se da cuenta que entonces tiene el problema de tener que crear «su» mercado, con el esfuerzo de marketing, recursos y tiempo que supone crear una nueva necesidad que no siempre es garantía de éxito.

Muchos ejemplos de crear nuevos mercados han fracasado dejando en el camino un esfuerzo, un tiempo y un capital irrecuperables.

Es mejor operar en un mercado que ya existe, donde la demanda es real y hay competencia, y donde sólo necesitas aportar algo diferente y de valor que te haga único.

 

En realidad vivir como hombre significa elegir un blanco: honor, gloria, riqueza, cultura y apuntar hacia él con toda la conducta, pues no ordenar la vida a un fin es señal de gran necedad. Aristóteles.

 

 

© 2.015 Gabriel Hernández Guillamón

 

 

 

 

 

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