La profesionalidad y la erudición no suelen trabajarse en profundidad en la enseñanza reglada como para que nos sirva en todo nuestro recorrido profesional y como emprendedores. Por lo general, un plan de estudios incluye aquellos contenidos imprescindibles para que en el futuro se puedan aplicar en el ejercicio de una profesión.

Es, por tanto, una necesidad y una responsabilidad ampliar y actua­lizar, mediante formación continua, los conocimientos previamente adquiridos para garantizar un óptimo nivel de desempeño profesional con pericia, aplicación, seriedad, honradez y eficacia.

Tras la graduación, se obtiene el título acreditativo con validez académica que faculta al nuevo profesional para el ejercicio de la pro­fesión. Sin embargo, la titulación por sí misma no garantiza los resul­tados. Si nos quedamos con la idea de que un título es todo lo que necesitamos para alcanzar el éxito profesional, estaremos quedando en clara desventaja frente a nuestra competencia y nicho de mercado.

La enseñanza reglada nos proporciona la aptitud, es decir, ser ap­tos para ejercer. Sin embargo, se hace necesaria una adecuada actitud, tanto profesional como emprendedora, teniendo ésta mucho mayor peso en el desempeño de nuestro proyecto emprendedor. Podemos ser muy aptos, pero sin la actitud adecuada no llevaremos muy lejos nuestra idea.

La ecuación funciona combinando aptitud y actitud. El producto (que no la suma) de ambas determinará la altitud que se pueda llegar a alcanzar dentro de tu profesión o tu proyecto empren­dedor. Evidentemente no es válido tener una alta actitud o aptitud si la otra de las dos variables es «cero», por eso la altitud no la determina la suma de ambas, sino el producto.

El capital hoy de una sociedad avanzada es el conocimiento es­pecializado. La buena noticia es que no siempre este conocimiento procede de la formación reglada. Hoy el conocimiento está al alcance de todos y las nuevas tendencias de negocio y las tecnologías han so­cializado la oportunidad. Si no tienes un título académico, no estás en desventaja frente a nadie. Un título puede abrir puertas, pero nunca es determinante ni garantía de éxito.

Seguro que conoces en tu entorno incontables ejemplos de éxito en personas sin formación académica. El mayor ejemplo en la histo­ria reciente quizá fue el protagonizado por Henry Ford. El fundador del imperio automovilístico carecía de formación universitaria alguna, pero su talento natural, su tenacidad y perseverancia le permitieron ser merecedor de pasar a la historia como un referente. Llegó a ser cuestio­nado y sometido a un procedimiento judicial en el que se trató de demostrar su falta de capacidad para dirigir una empresa de tales dimensiones debido a sus carencias en cuanto a preparación académica.

Él contra­taba siempre a los mejores especialistas en sus respectivos campos y se apalancaba en el conocimiento de expertos como ingenieros, abogados o contables. Disponía así del talento de otros que venía a sumarse al suyo propio, formando de este modo, un equipo de trabajo imbatible, siendo él el cerebro de la organización. Nunca poseyó un título universitario ni necesitó exhibirlo para llevar su proyecto a lo más alto y pasar a la historia como un icono dentro de la industria automovilística.

El conocimiento no es algo separado y que se baste a sí mismo, sino que está envuelto en el proceso por el cual la vida se sostiene y se desenvuelve. John Dewey.

Un título no convierte en profesional a nadie, como tampoco el sólo hecho de exhibirlo colgado en la pared del despacho o llevarlo impreso en una tarjeta de visita. Ser titulado es importante. Ser un profesional es otro nivel.

En la antigua Galia y alrededor del año 50 a. c. existía una aldea po­blada por irreductibles galos resistentes a los insistentes ataques e intentos de los ejércitos de Julio César por completar la conquista de la totalidad del territorio galo. La aldea está rodeada por cuatro campamentos romanos: Babaórum, Acuárium, Láudanum y Petibónum, y aunque muy superiores en número y recursos, siempre la victoria se decantaba hacia los pobladores de la pequeña aldea.

La resistencia de estos aldeanos se debía a la fuerza sobrehumana que adquieren tras beber una pócima mágica preparada por su druida Panorá­mix. Astérix es el líder, bajito, serio, astuto e inteligente en contraposición a Obélix, poseedor de fuerza bruta permanente por haber caído de niño en la marmita de la poción. Actuaban confiadamente y sin temor a un enemigo potencialmente superior, porque todo lo que tenían que hacer era tomar la pócima.

Estos personajes geniales del mundo del cómic nos traen una en­señanza. Eran poseedores de una gran fuerza y poder gracias a la pó­cima mágica. Pero desgraciadamente, en el mundo real las cosas no se producen del mismo modo.

No existen pociones ni recetas  ni pócimas mági­cas que proporcionen soluciones fáciles o atajos hacia la profesionalidad y la erudición. Para el desempeño profesional no es suficiente recordar que se tiene una titulación porque el título no es la pócima a la que podamos recurrir cuando se necesite demostrar y poner en práctica el conocimiento y la pericia.

Ser un profesional es la expresión de toda una intención y un reco­rrido de crecimiento en el camino hacia la excelencia.

 

 

© 2.015 Gabriel Hernández Guillamón

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